Relato Gay – El recepcionista

La pequeña recepción permanecía con la puerta abierta y por ella se colaba una ligera brisa fresca en esta tarde de verano. Juan intentaba aprovecharla mientras revisaba las cuentas y facturas del hotelito que tenía en propiedad.

Estaba cansado, pero aún le quedaban unas horas de trabajo. Miró el reloj. Los chicos de la habitación 4 se retrasaban. Habían asegurado que iban a llegar antes de las siete de la tarde y ya eran y cuarto. Juan suspiraba y rezaba para que no aparecieran de madrugada.

Sin embargo, como si alguien hubiera escuchado su deseo, una voz le saluda desde la puerta. Allí están, al fin, y con una disculpa por llegar tarde. Eso no es habitual y lo agradece. Lo tendrá en cuenta, siempre tiene en cuenta cuando un cliente se porta bien. Pedro y Jesus, apunta los nombres mentalmente. Lo bueno de un hotel de doce habitaciones es que puede aprenderse los nombres y dar un trato más personalizado; los clientes alucinan cuando ven que los recuerdan.

Les informa de cómo llegar a la habitación (subiendo las escaleras o en la primera planta por ascensor, a mano izquierda) y les da un mapa de la ciudad por si quieren a hacer turismo. Les avisa de que les ha montado cama matrimonial, como habían solicitado cuando reservaron la habitación, y ambos sonríen agradecidos. Juan sonríe también, no por la inercia que le da su trabajo de recepcionista, sino porque realmente le inspiran cierta simpatía. Son guapos, tienen ese brillo en los ojos de la ilusión del primer viaje en pareja. No hace falta que se lo digan, ya lo ha visto muchas veces. Rondarán más o menos su edad, menos de cuarenta y cinco, seguro.

Cuando Pedro y Jesús se suben en el ascensor, Juan aún mantiene la sonrisa. Sin querer pero consciente de lo que se va a encontrar, dirige la mirada a las cámaras de seguridad. Allí están, comiéndose a besos en el ascensor. La mano de Jesús baja por la espalda de Pedro y lo agarra del culo mientras este le muerde el cuello. Casi puede oír el gemido a través de la pantalla.

Pero el trayecto es corto y las puertas se abren. Caminan por el pasillo y desaparecen en su habitación. Juan tiene que volver a las cuentas del hotel. Observa los papeles ante él sin saber por dónde empezar. Ha perdido el hilo por completo, pero no es el único problema que tiene: una super erección palpita en sus pantalones.

Puede tomarse un segundo de descanso. Así que saca el móvil y abre Grindr. Mientras recarga la lista de usuarios cercanos, comprueba los mensajes sin leer: el pesado de siempre al que no sabe por qué no ha bloqueado; el chico majo que siempre le da largas para quedar pero con el que sigue hablando; una polla sin nombre, sin saludo y sin cara… Nada interesante.

Uno de los perfiles capta su atención. Por su cercanía y porque reconoce las caras del perfil. No le da tiempo a reaccionar cuando ve que tiene un mensaje: «¿el servicio de habitaciones se puede pedir por aqui?».

Juan sonríe. Siente cómo el rubor se apodera de sus mejillas y no es precisamente por el calor de la tarde de verano. «Depende del tipo de servicio que queráis», responde. La foto que recibe a continuación, acompañada de la frase «pues lo mismo podrías echarnos una mano» despierta en él un interés aún mayor.

No debería, son clientes. Lo sabe. Pero no puede evitar imaginarse entre esos dos cuerpos desnudos, colgado de los labios de Jesús, sujeto por los brazos de Pedro. Reconoce en la foto las sábanas de la habitación del hotel, la mesilla de noche. Se la acaban de tomar y él no piensa perder la oportunidad.

Cierra la recepción durante unos minutos con la esperanza de que nadie llame al timbre. Y sube las escaleras con un par de toallas limpias… y una coartada por si alguno de sus compañeros revisa las grabaciones de seguridad. Cuando toca la puerta de la habitación, Jesus le abre casi en el acto.

—¿Quieres pasar? —pregunta con un gesto del brazo, mostrando la habitación y el cuerpo desnudo de Pedro en la cama.

Juan se deja llevar por las caricias a cuatro brazos que le despojan de la camisa, de los pantalones, de los slips. Se deja llevar y besa y roza y muerde. Y agarra y aprieta esos cuerpos que parecen hechos para él, cincelados en un mármol de piel prohibida. Porque no debería estar allí, son clientes. Y eso solo hace que los desee más.

Jesús le agarra de las caderas y entra en él con suavidad, mientras Pedro lo mira a los ojos y lo besa con fuerza. Y Juan gime, gime dentro de la boca de Pedro cuando la polla de Jesus está por completo dentro de él.

Aún le quedan dos horas de jornada laboral, alcanza a pensar en un instante de lucidez, pero la dureza de las horas de trabajo se ha trasladado a los cuerpos de sus huéspedes. Allí, entre los cuerpos de Pedro y de Jesus, podría pasarse el resto de la tarde y de la noche.

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